- ¿Cuánto es infinito más uno? - preguntó la niña.
- Infinito - respondió la maestra.
- ¿Y cuánto es infinito menos uno?
- Infinito también.
- Pero eso no tiene sentido. Con el resto de números, si sumo algo se hace más grande y si le quito algo, más pequeño - protestó la niña.
- Ya, con los números pequeños y medianos, pasa eso, pero con los que son muy grandes casi no se nota. Infinito es el número más grande de todos, así que no se nota nada cuando sumas algo o restas algo - explicó la maestra.
- Humm, no lo entiendo - la niña miró hacia la izquierda mientras intentó pensarlo de nuevo.
- Es normal que no lo entiendas, no sabes lo que es infinito, pero pronto lo sabrás.
Pasaron 10 años y aquella niña se convirtió en una firme aspirante a matemática. Después de pasarse tardes enteras calculando límites, se embobaba a veces mirando por la ventana y recordaba aquella charla, con los ojos entrecerrados y una sonrisa tranquila.
Pasaron muchos años más y no pasó casi nada. De pronto, se encontró una noche llorando contra la almohada. En la duermevela, tuvo un sueño angustioso en el que volvió a clase con su maestra de la infancia:
- ¿Qué me pasa, por qué lloro?
- Lloras porque todavía no sabes lo que es verdaderamente el infinito.
- Claro que sé lo que es, pero ¿qué tiene que ver eso con mi llanto?
- Solamente hay dos cosas que te inquietan, que te obsesionan y no puedes sacártelas de la cabeza, las dos sabemos cuales son. Tu infinito se convierte en cero si le restamos dos, ¡eso no es un verdadero infinito!
- Humm, no lo entiendo.
- Es normal que no lo entiendas, no sabes que tienes infinita suerte, pero pronto lo sabrás, tenemos toda la noche para presentarte a gente.
A lo largo de la noche, y hasta que quedaron cinco minutos para despertar, fueron pasando muchas personas por su sueño: sus amigos del colegio le sacan la lengua burlonamente; sus padres agitan rápidamente la mano al verla; su hermana hace saludar a su sobrina, que todavía casi ni ve; una amiga le sonríe desde la cama de un hospital; un joven magrebí saluda con vergüenza; una pareja intenta domar a su perro mientras le ofrecen un girasol; un chico levanta la vista de la pantalla de su ordenador para guiñarle un ojo…
La última persona en aparecer fue de nuevo la maestra:
- ¿Sabes cuánto es infinito menos dos? - preguntó la maestra.
- Infinito
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Y YO ME PREGUNTO... ¿Cómo es posible que con la cantidad tan grande de cosas buenas que nos rodean (infinitas), nos podamos sentir tan hundidos cuando restamos una o dos?
...agobiarse por una o dos es no valorar nada más??
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