jueves
Cuando salgas conmigo a pasear solas por una playa, bajo la luna llena, asistirás a una transformación extraña. Esa dama fría y reservada que conociste durante el día, o esa muchacha desaforada y tentada de risa que se te mostró alguna vez que la llevaste al teatro o a cenar a un restaurante, se convertirá súbitamente en una criatura de otro mundo cuando los magnéticos rayos de la luna iluminen mis ojos y mis oídos se llenen del rumor de las olas. Me podré convertir en una ninfa del mar, que puede elevarse contigo tan alto como pueda llegar tu imaginación. Nueve veces de cada diez, el sistema funcionará, y la décima será probablemente porque no acertaste al elegir la luna nueva. Con eso no lograrás lo mismo.
Cuando la luna está en menguante, me mostraré tímida y dulce, pero lo que necesitas en realidad es una luna lo bastante llena como para movilizar todos mis talentos latentes. Bajo su hechizo, en el momento justo de mi propio flujo y reflujo de emociones, puedo escribir un poema, componer una canción o desgarrar el velo de los misterios que durante siglos han hecho cavilar a los filósofos. Naturalmente, es en esos momentos en los que mi conversación es interesante, por no nombrar cómo serán de impresionantes el resto de sus aspectos.
Es necesario que sepas que incluso yo, también tengo dos caras cuando me enamoro, igual que la luna tiene dos caras y tu solo puedes ver una de ellas. La primera es suave y femenina, tímida, modesta y conmovedoramente temblorosa. La segunda es más bien pegajosa. Es de las que usarán todas las tretas de Eva para sentarse lo más cerca posible de ti en el reservado, (como si sigilosamente me acercase al manzano prohibido del paraíso) cosa que si te intereso de veras, puede resultar muy fascinante.
Sin embargo, también hay algunas normas que no debes olvidar conmigo. No soporto que me critiquen, me siento profundamente herida por el ridículo y, simplemente, no puedo aguantar un rechazo masificado. Una, dos, tres: son reglas básicas. Es raro que me muestre abiertamente agresiva; por lo general soy vacilante, y la primera jugada tendrás que hacerla tú. Si por casualidad llego a moverse, lo haré hacia atrás o de costado. Con la timidez propia de mi naturaleza y el temor de no ser aceptada.
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