Al comprobar mi torpeza no pudo por más que llevarme ante algo que podría parecer una sala de juicios, donde presencié, como un mero espectador, la mediación entre mi cabeza y mi corazón. Y allí estaba yo, sentada en el frío banco de madera, perpleja, al comprobar que realmente se trataba de mi propia cabeza y mi propio corazón! Los reconocí con rapidez, pero es algo fácil, todos sabríamos distinguir que heridas son las nuestras entre un millón.
No os haceis una idea de lo gratificante que resultó ver como el abogado defensor de cada una de las partes argumentaba a su favor sobre cómo debian ser mis actos, eso si, contradiciendose entre ambos y dando largas explicaciones que beneficiaban, según el caso, a mi parte más racional o a mi parte más sentimental.
¿Por qué estaban tan separados? ¿Por qué no encontraban un punto de acuerdo entre los dos? ¿Por qué yo no podía opinar y solo esperar a que ellos decidiesen por mi?
Dicen que a veces nos cuesta enamorarnos porque nuestra sensibilidad nos lo impide, porque hay algo dentro que no quiere arriesgarse al dolor, y por lo tanto, tampoco al amor. El que no juega no gana, entonces sin el valor suficiente para arriesgase no habrá daño, ni pegas, ni tontas promesas que puedan llegar a desilusionarnos, pero tampoco existirá todo lo bueno que trae consigo el amor.
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